miércoles, 3 de julio de 2019

El miedo y sus clases


El miedo se define, según la Real Academia Española (RAE), como “angustia por un riesgo o daño real o imaginario”. Se asocia a un estímulo estresante que causa la liberación de ciertas sustancias químicas, lo que suele llevar a la aceleración del ritmo cardíaco y de la respiración o a que el cuerpo se ponga tenso.

Existen algunas áreas cerebrales destacadas en su relación con el miedo, que responden siempre de forma autónoma o no consciente. Entre ellas se encuentran el tálamo (que decide dónde enviar los datos sensoriales entrantes), el córtex sensorial (que los interpreta), el hipocampo (contextualiza los estímulos a partir de recuerdos), la amígdala (cataloga la amenaza potencial a partir de las emociones) y el hipotálamo (que activa la respuesta, “lucha” o “huida”).

Las diferentes causas y manifestaciones nos llevan a distinguir varias “clases de miedo” en base a tres criterios: la existencia del estímulo (es decir, si el estímulo que produce el miedo es real o no), su normalidad (en relación a su “carácter adaptativo”) y el nivel de afectación.

Según la existencia del estímulo se encuentran miedos reales o irreales/irracionales, con la diferencia de que los primeros se forman a partir de componentes reales y en los segundos el pensamiento es imaginario o distorsionado.

En base a su carácter adaptativo, un miedo puede ser normal (surge en respuesta a un estímulo que podría ser dañino para el sujeto) o patológico (se activa aunque no haya peligro alguno).

El nivel de afectación nos lleva al miedo físico (es decir, aquel relacionado con el sufrimiento de sensaciones dolorosas en respuesta a un estímulo externo, ya sea real o imaginario), al miedo social (se siente ante una asumida posibilidad de ridiculización y juicio por parte de otros individuos a nivel social, y ante sus posibles consecuencias) y el miedo metafísico (de origen interno, prescindiendo de cualquier otra clase de fuente).

Existen una multiplicidad de otros miedos más específicos como el miedo a la incertidumbre, al compromiso, al fracaso o a la soledad, entre otros muchos.

Los miedos condicionados o fobias (de nuevo según la RAE: “temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o situaciones, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión”) requieren tratamiento psicológico para ser superados y se distinguen a su vez en una innumerable cantidad de clases diferentes, encontrándose entre las más conocidas las fobias a los animales o zoofobias (como la ofidiofobia y la aracnofobia, asociadas con serpientes y arañas respectivamente), las relacionadas con el entorno natural como la acrofobia o miedo a las alturas o la claustrofobia, asociada a los espacios cerrados.


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