El miedo
se define, según la Real Academia Española (RAE), como “angustia
por un riesgo o daño real o imaginario”. Se asocia a un estímulo
estresante que causa la liberación de ciertas sustancias químicas,
lo que suele llevar a la aceleración del ritmo cardíaco y de la
respiración o a que el cuerpo se ponga tenso.
Existen
algunas áreas cerebrales destacadas en su relación con el
miedo, que responden siempre de forma autónoma o no consciente.
Entre ellas se encuentran el tálamo (que decide dónde enviar los
datos sensoriales entrantes), el córtex sensorial (que los
interpreta), el hipocampo (contextualiza los estímulos a partir de
recuerdos), la amígdala (cataloga la amenaza potencial a partir de
las emociones) y el hipotálamo (que activa la respuesta, “lucha”
o “huida”).
Las
diferentes causas y manifestaciones nos llevan a distinguir
varias “clases de miedo” en base a tres criterios: la
existencia del estímulo (es decir, si el estímulo que produce el
miedo es real o no), su normalidad (en relación a su “carácter
adaptativo”) y el nivel de afectación.
Según
la existencia del estímulo se encuentran miedos reales o
irreales/irracionales, con la diferencia de que los primeros se
forman a partir de componentes reales y en los segundos el
pensamiento es imaginario o distorsionado.
En
base a su carácter adaptativo, un miedo puede ser
normal (surge en respuesta a un estímulo que podría ser dañino
para el sujeto) o patológico (se activa aunque no haya peligro
alguno).
El
nivel de afectación nos lleva al miedo físico (es decir,
aquel relacionado con el sufrimiento de sensaciones dolorosas en
respuesta a un estímulo externo, ya sea real o imaginario), al miedo
social (se siente ante una asumida posibilidad de ridiculización y
juicio por parte de otros individuos a nivel social, y ante sus
posibles consecuencias) y el miedo metafísico (de origen interno,
prescindiendo de cualquier otra clase de fuente).
Existen
una multiplicidad de otros miedos más específicos como el miedo a
la incertidumbre, al compromiso, al fracaso o a la soledad, entre
otros muchos.
Los
miedos condicionados o fobias (de nuevo según la RAE: “temor
angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o
situaciones, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión”)
requieren tratamiento psicológico para ser superados y se distinguen
a su vez en una innumerable cantidad de clases diferentes,
encontrándose entre las más conocidas las fobias a los animales o
zoofobias (como la
ofidiofobia y la aracnofobia, asociadas con serpientes y arañas
respectivamente), las relacionadas con el entorno natural como la
acrofobia o miedo a las alturas o la claustrofobia, asociada a los
espacios cerrados.
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