Joanne
Chory es una botánica y genetista nacida en Methuen (Massachusetts,
Estados Unidos) en 1955. Se graduó en Biología en Oberlin College
(Ohio) y se doctoró en Microbiología en University of Illinois at
Urbana-Champaign (Illinois) en 1984.
Se
vinculó como profesora al Instituto Salk (California) en 1988 y
desde 1999 es profesora de la Facultad de Biología celular y del
desarrollo de la Universidad de California en San Diego.
Sus
principales contribuciones científicas se encuentran en el campo de
la botánica, en relación a sus investigaciones sobre el crecimiento
de plantas que puedan hacer frente al crecimiento de la población
humana. Utilizando Arabidopsis thaliana como modelo, se centra
en la optimización del crecimiento de las plantas estudiando los
efectos de la mutación genética en dicho modelo desde diversos
campos más allá de la genética o la genómica como la biología
celular, la cristalografía de rayos X, la bioquímica y la ecología.
En concreto, Chory se centra en el fenotipo (expresión del genotipo
o información genética de cierto individuo en el ambiente) y en los
procesos relacionados con la luz en el desarrollo de las plantas.
Es
miembra de numerosas academias y asociaciones como U.S. National
Academy of Sciences, Royal Society, American Academy of
Arts and Sciences o American Philosophical Society.
Ha
recibido numerosas distinciones en reconocimiento de su trabajo,
encontrándose entre ellas Genetics Society of America Medal,
Fellow of the American Association for the Advancement of Science
y el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y
Técnica, que recibió por sus estudios sobre el uso de cultivos para
la reducción de dióxido de carbono o CO2,
uno de los principales responsables del cambio climático.
En
relación a estos estudios, Chory descubrió que una modificación
genética en las plantas podría permitir el desarrollo de raíces
más duras y profundas que contengan parte del CO2,
que ya absorben de forma natural durante la fotosíntesis para
convertirlos en azúcares. La muerte de la planta libera estos
azúcares transformándolos previamente en CO2,
lo que lleva al fundamento del proyecto de Chory: procurar que la
planta en cuestión conserve ese CO2
en una parte de la misma que sea resistente a la descomposición,
como son las raíces. En
este sentido, la modificación genética busca crear plantas con
raíces mayores y más profundas, sin cambiar el ciclo de vida de la
planta, ya que el CO2
absorbido por ella sigue siendo en todo caso el mismo. Al
morir, en lugar de almacenarse en las hojas, que se descomponen
liberando CO2
a la atmósfera, éste se
guardará en las raíces (en cierto modo, “se enterrará”)
gracias a dicha modificación genética.
A
escala global, se calcula que la aplicación de este método en los
grandes cultivos de cereales en los
próximos años podría reducir en un
20% la emisión de CO2,
contando además con la ventaja de que
las raíces no forman parte de la dieta del ser humano y,
por tanto, no afectará a su dieta.
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