Se
considera NEO “Near
Earth Object” (Objeto Cercano a la Tierra) a todo aquel “cuerpo
celeste que orbita en torno al Sol y que no es planeta, planeta enano
o satélite, lo cual incluye asteorides, cometas, meteoroides y
objetos transneptunianos” cuya órbita lo aproxima a la Tierra. En
concreto, por convenio dichos cuerpos se consideran NEOs cuando su
mayor aproximación al Sol es menor de 1,3 UA o Unidades Astronómicas
(unos 150 millones de km, la distancia media entre el Sol y la
Tierra). En aquellos casos en los que la órbita de un NEO cruza la
de la Tierra y supera los 140 m de longitud, pasa a considerarse como
un Objeto Potencialmente Peligroso (PHO en sus siglas en inglés). La
mayoría son asteroides, de los cuales a día de hoy se han
identificado más de 20.000.
Para
determinar el riesgo de impacto de estos objetos se han desarrollado
varios métodos, encontrándose entre los más importantes “La
Escala de Torino” (que relaciona la probabilidad de impacto y la
energía que se liberaría en el mismo) y “La Escala de Palermo”
(de tipo logarítmico, compara la probabilidad de impacto de un
objeto en concreto con el riesgo medio de otro objeto de igual o
mayor tamaño).
La
frecuencia con que los asteroides alcanzan la Tierra depende de su
tamaño: los pequeños (de entre 1 y 20 m, que normalmente se
desintegran en la atmósfera) la alcanzan todos los años, de 100 m
una vez cada 5.000 años, de 400 m una vez cada 100.000, mientras que
los de 1 km colisionan una vez aproximadamente cada 500.000 años y
los de 5 km cada 20 millones de años. Uno de 10 o más, como el que
se considera causó la última extinción masiva, que acabó con los
dinosaurios, impacta sobre nuestro planeta cada varias docenas de
millones de años
Desde
los años 80 la concienciación sobre el riesgo real y la
peligrosidad de los impactos de NEOs en la Tierra ha aumentado tras
demostrarse científicamente su implicación en la historia biológica
y geológica de nuestro planeta. También lo han hecho los esfuerzos
por identificarlos y las estrategias para enfrentarlos, planificándose incluso simulacros como el que la NASA desarrolló el pasado mes de abril.
El
daño ocasionado por el impacto de un asteroide, relacionado con la
energía liberada a su llegada a la Tierra, depende de varios
factores más allá del tamaño como la velocidad y el ángulo de
entrada o su composición. Recientemente se han creado páginas web
que permiten estimar los efectos que tendría un hipotético impacto
modificando estos atributos.
En
los últimos años, eventos como el impacto en 2013 de un asteroide
de 20 metros en Chelyabinsk (Rusia) o el acercamiento de uno de 500 m
el pasado 10 de agosto de 2019 han incrementado el interés entre el
público general acerca de los asteorides y de la probabilidad de que
alguno de ellos impacte sobre la Tierra en los próximos años.
Aunque
el riesgo de impacto de un objeto de grandes dimensiones a corto
plazo es muy bajo, se sabe con seguridad que ha sucedido varias veces
en el pasado y que tarde o temprano volverá a suceder, de ahí la
importancia en la detección, vigilancia y en especial defensa frente
a los NEOs, muchos de los cuales todavía están por descubrir.
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