La
resistencia bacteriana a los antibióticos, como hablamos en la
entrada de abril, es una de las mayores problemáticas a las que se
enfrenta la sociedad actual. La investigación y la concienciación
son consideradas herramientas clave en su mitigación, pero
recientemente hay quienes consideran la posibilidad de recurrir a los
“fagos” o “virus devoradores de bacterias” para acabar con
las bacterias resistentes.
El
origen de esta idea no es reciente. Se remonta a principios del S.XX,
época previa al descubrimiento de los antibióticos en la que las
compañías farmacéuticas vendían preparados compuestos por virus
para tratar afecciones bacterianas. El médico canadiense Felix
d’Herelle los denominó “bacteriófagos” (literalmente,
“devoradores de bacterias”) y los utilizó para desarrollar una
serie de medicamentos virales.
No
obstante, la llegada de los primeros antibióticos, cuya producción
era mucho más sencilla y eficaz, llevó al abandono de los fagos.
Casi
cien años más tarde, en la actualidad, la adaptación de las
bacterias a numerosos antibióticos ha llevado a muchos a pensar en
retomar la utilización de aquellos fagos, que tan útiles se
consideraron en su momento, para tratar infecciones resistentes a los
mismos. Su modo de actuación en principio es sencillo: localizan la
infección y la destruyen inyectando su ADN en el interior de las
bacterias, donde se reproducen y acaban provocando su rotura.
Se
trata, no obstante, de tratamientos muy específicos, ya que cada
virus infecta a bacterias de cepas concretas, lo cual supone al mismo
tiempo el inconveniente de encontrar el “fago” adecuado (que
requeriría su aislamiento y un complejo análisis entre las que
podrían ser miles de opciones iniciales) y la ventaja de dificultar
el desarrollo de resistencias por parte de las bacterias. Otra
ventaja con la que cuentan los fagos es la facilidad de su
modificación por medio de ingeniería genética debido a su sencillo
genoma, lo que permitiría mejorar su acción antibacteriana.
Sabiendo
esto y a pesar de los riesgos y de la división de opiniones con
respecto a su auténtica eficacia, muchos piden la aprobación de
este tratamiento por parte de las agencias reguladoras para
enfrentarse a infecciones que no presenten otra solución, como son
las causadas por bacterias resistentes a los antibióticos.
En
cualquier caso, será un proceso lento y complejo, especialmente
mientras las compañías farmacéuticas sigan encontrando una mayor
rentabilidad en la producción tradicional de antibióticos.