La posibilidad de viajar en el tiempo es una cuestión que ha fascinado al ser humano desde hace generaciones. Aunque se encuentran menciones a personajes desplazándose entre diferentes puntos temporales en relatos con milenios de antigüedad, los viajes en el tiempo como los conocemos hoy nacieron con la famosa novela de H.G. Wells “La máquina del tiempo”(1895), en la que por primera vez se introdujo el concepto de dicha máquina y que daría lugar a innumerables obras de ficción, constituyéndose como una de las temáticas más populares en la ciencia ficción.
Desde que Albert Einstein publicara en 1905 su conocida teoría de la relatividad especial, demostrando con sencillas ecuaciones la dilatación del tiempo a altas velocidades, mayor cuanto más se acercara la velocidad a la de la luz, próxima a los 300.000 km/s, numerosos estudios han tratado de determinar la medida en que un desplazamiento en el tiempo podría ser posible. Porque, al contrario de lo que muchos podrían pensar, la cuestión no tiene una respuesta sencilla. Para empezar, habría que distinguir entre las dos clases de viajes en el tiempo: hacia el futuro (que se tratarán en la presente entrada) o hacia el pasado (los cuales se verán en la siguiente).
Lo primero que hay que considerar con respecto a la posibilidad de viajar hacia el futuro es la dilatación del tiempo a grandes velocidades: la teoría de la relatividad especial, muestra que, a mayor velocidad, mayor es la diferencia entre el tiempo que transcurre para el objeto en movimiento, el denominado “tiempo propio” y el transcurrido para un observador externo, lo que se comprende fácilmente por medio del famoso ejemplo del tren que pasa por una estación, en la cual espera un pasajero, a gran velocidad.
Este efecto se ha podido comprobar en la Tierra con la ayuda de relojes atómicos, situados en veloces aviones y capaces de detectar variaciones en el tiempo menores a un nanosegundo (la milmillonésima parte de un segundo). Estos relojes, aunque fuera solo por un período de tiempo muy pequeño, viajaron al futuro. Pero si queremos hacer viajes más lejanos en el tiempo, nos encontramos con el problema de nuestra limitada tecnología, que hasta la fecha no ha sido capaz de alcanzar una proporción importante de la velocidad de la luz: el objeto más rápido jamás fabricado por el ser humano, la sonda Juno, que abandonó la Tierra en 2011 y llegó a Saturno en 2016, no llegó a alcanzar los 300 km/s, lo que puede parecer una velocidad alta pero que tan solo es una milésima de la de la luz.
Si quisiéramos viajar años en el futuro, tendríamos que alcanzar como mínimo el 99% de la velocidad de la luz y a partir de ahí, por cada decimal más que añadiéramos (99,9%, 99,99%, 99,999%…) el tiempo transcurrido se triplicaría con respecto al anterior, siguiendo la teoría de la relatividad especial.
Por otro lado estaría el problema de la masa, cuyo movimiento a estas velocidades requeriría una cantidad de energía mucho mayor que nuestra capacidad de producción actual. Para hacernos una idea, de la fuente de energía más viable, la antimateria, cuya producción mundial hasta la fecha no ha alcanzando la millonésima de un gramo, se necesitarían docenas de toneladas solo para alcanzar el 99,9% de la velocidad de la luz.
Todo esto, aunque parezca complicado, podría quizás alcanzarse en un futuro muy lejano con una tecnología lo suficientemente avanzada. Pero incluso en estas circunstancias nos tendríamos que plantear la siguiente cuestión: ¿seríamos capaces de volver a nuestro tiempo o estaríamos hablando de un viaje exclusivamente de ida? La teoría indica que solo sería posible superando la velocidad de la luz, valor que no debería poder excederse según la teoría de la relatividad especial. Pero como se verá en la entrada siguiente, el razonamiento aquí tampoco es tan fácil como podría parecer.
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