La
psicodelia (o “manifestación del alma”) es una tendencia cuyo
origen se sitúa en los años sesenta y que se fundamenta en la
excitación extrema de los sentidos, estimulados por música, luces y
drogas alucinógenas o psicodélicas, que se caracterizan por
efectos como la sinestesia, la alteración de la percepción del
tiempo o del sentido de identidad.
Se
cree que las primeras drogas psicodélicas se remontan al consumo de
plantas alucinógenas en la prehistoria, utilizadas por curanderos y
chamanes.
A
mediados del S.XX, el descubrimiento de las propiedades psicoactivas
del LSD (también conocido como “ácido”) por el científico
suizo Albert Hoffman llevó a su producción y a numerosas
investigaciones científicas centradas en su eficacia en el
tratamiento de ciertas condiciones en lo que se denominó “terapia
psicodélica”.
Pero
su cada vez más extendido uso no autorizado llevó a una restricción
en su utilización médica y en investigaciones científicas, lo que
finalmente desembocó en su prohibición en muchos países.
Gracias
a una serie de avances tecnológicos, especialmente en el campo de la
neurociencia, el interés en las aplicaciones de los drogas
psicodélicas se vio incrementado en los primeros años del siglo
XXI: no solo en el LSD, sino también en otras drogas psicodélicas
como la psilocibina (obtenida a partir de setas), la mescalina
(presente en ciertas especies de cactus) o la MDMA (también conocida
como éxtasis), la cual actualmente se está estudiando en relación
al tratamiento del TEPT o “Trastorno de Estrés Postraumático”.
Los
defensores de este y otros tratamientos similares aclaran que solo se
permitiría su puesta en práctica a través de terapeutas que
previamente hayan superado un programa de preparación y bajo
supervisión directa en el ámbito clínico.
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