domingo, 20 de octubre de 2019

Nathan Rosen


Nathan Rosen fue un físico americano-israelí nacido en Nueva York en 1909. Completó sus estudios en Ingeniería Electromecánica en 1929 en el MIT (Massachusetts Institute of Technology), donde también obtuvo un doctorado en Física en 1932.

En 1932 realizó un período de investigación en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey), donde además trabajó como asistente de Albert Einstein en el Instituto de Estudios Avanzados entre 1934 y 1936. En 1935 publicó un artículo junto a Einstein sobre el plegamiento del espacio-tiempo en una estructura en forma de “túnel” o “puente”, conectando dos puntos en el universo muy alejados entre sí, lo que más tarde se conocería como “agujero de gusano”, sobre el que se habló en la entrada de la semana pasada.

Trabajando con Einstein y el físico ruso-americano Boris Podolsky, Rosen colaboró en la publicación de un artículo en 1935 sobre lo que se conoce como “Paradoja Einstein-Podolsky-Rosen Paradox” o simplemente “Paradoja EPR”, un experimento mental que puso de manifiesto un supuesto problema en la explicación de la realidad física a través de la mecánica cuántica.

Entre 1936 y 1938 trabajó como profesor en la Universidad de Kiev y entre 1941 y 1952 en la Universidad de Carolina del Norte. En 1947 Rosen publicó un nuevo artículo junto a Einstein, “Sobre las ondas gravitacionales”, una vez más sobre el plegamiento del espacio-tiempo.

En 1952, Rosen fue contratado como profesor e investigador en el Instituto Tecnológico de Israel (en Haifa, una ciudad en el norte del país). Entre 1955 y 1957 fue presidente de la Sociedad de Física de Israel, que ayudó a fundar. En 1961 colaboró además en la fundación de la Academia Israelí de Ciencias y Humanidades en Jerusalén y entre 1974 y 1977 presidió la Sociedad Internacional de Relatividad General y Gravitación. Se jubiló en 1977, pero continuó trabajando dando clases y realizando investigaciones durante algunos años. Falleció en 1995.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Las plantas de resurrección en la lucha contra el crecimiento poblacional y el cambio climático


Durante gran parte de nuestra historia, la población humana se ha mantenido estable salvo algunos cambios en prolongados períodos de tiempo. Sin embargo, en los últimos siglos los avances científicos y tecnólogicos han permitido un crecimiento exponencial que a principios del S.XIX permitió alcanzar por primera vez las 1.000 millones de personas. Este número se duplicó a finales del primer tercio del S.XX, habiéndose multiplicado casi por cuatro en poco menos de un siglo.

Las predicciones con respecto a este aumento de población son diversas: hay quienes defienden que los números se habrán estabilizado para mediados de siglo en una población próxima a la actual, algo menos de 8.000 millones de personas, mientras que otros piensan que seguirán aumentando hasta superar los 10.000 millones sobre 2050.

En este contexto, una de las principales problemáticas que se plantean es la falta de recursos para alimentar a tal población, especialmente si tenemos en cuenta el aumento de zonas áridas a consecuencia del cambio climático.

Algunos científicos, como la profesora sudafricana Jill Farrant, creen que la clave se encuentra en las conocidas como “plantas de resurrección”, que reciben este nombre debido a que pueden perder hasta un 95% del agua celular y sobrevivir a condiciones extremas como las que se dan en las sequías durante meses o incluso años, de forma que al recibir agua vuelven a crecer en un corto período de tiempo.


Según Farrant, que habló de esta problemática en una charla TED en diciembre de 2015, hoy en día se conocen 135 especies de plantas con flores con esta capacidad. Estudiando los mecanismos utilizados por estas plantas, se ha encontrado viabilidad en la modificación genética (lo que sería simplemente “añadir” en cultivos como el trigo, el arroz o el maíz, que constituyen el 95% de nuestra alimentación de procedencia vegetal, genes de las “plantas de resurrección”).

De esta forma, se lograría paliar en cierta medida la falta de alimentos que se prevee venga asociada al incremento poblacional, fomentando además una disminución en el gasto de agua, casi tres cuartas partes del cual se requiere para su uso en la agricultura actual.

miércoles, 9 de octubre de 2019

La velocidad de la luz y los viajes interestelares



Como es ampliamente sabido, la velocidad de la luz es la mayor en el universo. Nada puede superar sus 299.792 km/s, lo cual plantea un serio problema de cara a los viajes interestelares tantas veces imaginados por el ser humano. Incluso aunque se lograra alcanzar esta velocidad, lo que se aleja mucho de nuestra capacidad tecnológica actual (hasta la fecha, el récord de velocidad en un vuelo espacial tripulado se encuentra en poco más de 11 km/s), las distancias en el universo son tan grandes que harían casi cualquier desplazamiento inviable en el transcurso de una vida humana.

Para hacerse una idea, el sistema estelar más cercano a nosotros, Alfa Centauri, se encuentra a 4,37 años luz de la Tierra. La galaxia más cercana a la nuestra, denominada “Enana del Can Mayor”, se sitúa a 25.000 años luz. Sin salir del Grupo Local de galaxias en el que se encuentra la Vía Láctea, la más lejana de ellas supera los 5.000.000 de años luz de distancia a nosotros y los números aumentan hasta cientos o incluso miles de millones de años luz en cuanto tratamos de alcanzar las galaxias más lejanas.


Fue la Teoría de la Relatividad Especial, publicada por Albert Einstein en 1905, la que estableció este límite para la velocidad en el universo, el cual entre otros aspectos resolvía el problema de la causalidad, que en el campo de la física establece que la causa precede siempre al efecto y el segundo nunca puede influir sobre el primero, lo que se cumple siempre y cuando no se supere la velocidad de la luz.

Einstein partió del Principio de Equivalencia de Galileo (la gravedad acelera todos los cuerpos de la misma forma, sea cual sea su masa o composición) para concluir que la trayectoria de todo objeto en el universo es curva y con ello que el Espacio-Tiempo también lo es, según su Teoría de la Relatividad General, publicada en 1916. Esta teoría, no obstante, permitiría dos opciones para viajar más rápido que la luz:

*Agujero de Einstein-Rosen (imagen inferior): conocidos especialmente a través de la ciencia ficción como “agujeros de gusano”, se trata de una hipotética estructura ideada por Einstein y el físico Nathan Rosen en 1935, para el cual se consideró una forma de túnel que haría posible alcanzar puntos muy lejanos en el universo en tiempos mucho menores a los de la luz, sirviendo como una especie de “atajo”.


*Propulsión o Distorsión Warp, también conocido como “la métrica de Alcubierre” (imagen inferior): llamada así por su autor, el físico mexicano Miguel Alcubierre, propone una deformación del Espacio-Tiempo que, en pocas palabras, “alargaría” el espacio detrás de nosotros y “acortaría” el situado delante de nosotros, lo que nos acercaría al punto de destino.

Sin embargo, ambas opciones necesitan de algo que, aunque las leyes de la física permiten su existencia, a día de hoy no se ha logrado observar: energía negativa. Hasta que se sepa con seguridad si dicha energía existe o no, no se podrá confirmar con absoluta certeza si la velocidad de la luz es la mayor a la que nunca se podrá viajar o si simplemente se convertirá en otra barrera más a superar por la ciencia y la imaginación humana.

domingo, 6 de octubre de 2019

Stephanie Kwolek


Stephanie Kwolek nació en New Kensington (Pennsylvania) en 1923. Procedente de una familia de inmigrantes polacos, se graduó en Química en Margaret Morrison Carnegie College en 1946 con la intención de encontrar un trabajo y ahorrar para estudiar medicina, que era su verdadero objetivo.

Kwolek consiguió su primer trabajo en la empresa DuPont, donde encontró en la química polimérica su nuevo gran interés. Desarrolló sus labores mayoritariamente en el laboratorio de investigación de fibras textiles, donde trató de encontrar nuevos materiales que fueran capaces de resistir frente a condiciones extremas.

En 1965, Kwolek realizó el que se considera como uno de sus mayores descubrimientos: experimentando con nuevos polímeros, obtuvo una solución opaca y fluida que, aunque en un principio se consideraba defectuosa, un día decidió llevar a un técnico para que la hilara por medio de una máquina. Así, obtuvo como resultado una fibra ligera y mucho más resistente que el acero: el “Kevlar” (de nombre científico “poliparafenileno tereftalamida”), un polímero cuya estructura le proporcionaba una dureza y resistencia sin precedentes que además se veían incrementadas con un aumento de temperatura.

En 1972, la empresa inició la comercialización de este material, que le valió a Kwolek su inclusión en el National Inventors Hall of Fame en 1994 y la obtención de varios premios como la Lavoisier Medal en 1995, la National Medal of Technology en 1996 y la Perkin Medal de la American Chemical Society en 1997. Se jubiló en 1986.

A lo largo de toda su carrera, Kwolek destacó por su insistencia en la importancia de tratar de obtener beneficio en todo lo posible hasta de lo considerado como un error, o dicho en otras palabras: no rendirse jamás. Además, dedicó grandes esfuerzos al acercamiento de la juventud a la ciencia, especialmente entre las mujeres. Murió en 2014.

En la actualidad, casi medio siglo después de su comercialización, el Kevlar ha encontrado más de doscientas aplicaciones entre las que se incluyen la fabricación de numerosas piezas aeroespaciales, material deportivo o de construcción, pero sin duda la más conocida de todas ellas es el “chaleco antibalas”, que desde su invención ha salvado incontables vidas en todo el mundo.

miércoles, 2 de octubre de 2019

La terapia psicodélica


La psicodelia (o “manifestación del alma”) es una tendencia cuyo origen se sitúa en los años sesenta y que se fundamenta en la excitación extrema de los sentidos, estimulados por música, luces y drogas alucinógenas o psicodélicas, que se caracterizan por efectos como la sinestesia, la alteración de la percepción del tiempo o del sentido de identidad.

Se cree que las primeras drogas psicodélicas se remontan al consumo de plantas alucinógenas en la prehistoria, utilizadas por curanderos y chamanes.

A mediados del S.XX, el descubrimiento de las propiedades psicoactivas del LSD (también conocido como “ácido”) por el científico suizo Albert Hoffman llevó a su producción y a numerosas investigaciones científicas centradas en su eficacia en el tratamiento de ciertas condiciones en lo que se denominó “terapia psicodélica”.

Pero su cada vez más extendido uso no autorizado llevó a una restricción en su utilización médica y en investigaciones científicas, lo que finalmente desembocó en su prohibición en muchos países.

Gracias a una serie de avances tecnológicos, especialmente en el campo de la neurociencia, el interés en las aplicaciones de los drogas psicodélicas se vio incrementado en los primeros años del siglo XXI: no solo en el LSD, sino también en otras drogas psicodélicas como la psilocibina (obtenida a partir de setas), la mescalina (presente en ciertas especies de cactus) o la MDMA (también conocida como éxtasis), la cual actualmente se está estudiando en relación al tratamiento del TEPT o “Trastorno de Estrés Postraumático”.

Los defensores de este y otros tratamientos similares aclaran que solo se permitiría su puesta en práctica a través de terapeutas que previamente hayan superado un programa de preparación y bajo supervisión directa en el ámbito clínico.